
Aquellas personas que hemos nacido –como suele decirse- “del otro lado del Charco”, guardamos siempre en nuestra memoria esas grandes distancias que asustan hasta el más experto expedicionario. Para que mis lectores/as se hagan una idea, la superficie total de Patagonia, sumando la que corresponde a Chile y la de Argentina, llega a 1.912.000 km2. Si comparamos, por ejemplo, con Francia que tiene una superficie de 551.695 km2, equivalente a un 28,85%, o sea que entra 3 veces y media en esa región.
La chilena tiene unos 300.000 habitantes y la argentina unos 2.100.000, lo que hace un total de 2.4 millones de habitantes, lo que da una densidad de 1,26 habitantes por km2. Si tenemos en cuenta algunos de los países con la menor densidad de población como son: Mongolia (2/km2), Australia (3/km2) o Canadá (4/km2), vemos que los supera a todos ellos. En el caso de Alaska aún es más baja que la Patagonia, ya que cuenta con 0,41 habitantes por km2.
¿Es que hoy nos hemos puestos nostálgicos? Visto el mundo geopolíticamente hablando desde que asumiera Donald Trump la presidencia de Estados Unidos, no está demás pensar en espacios abiertos y lejanos.
Cuando Europa se desangraba en la segunda década del siglo XX en la Primera Guerra Mundial, mi abuelo abría caminos en la Patagonia, desde la provincia de La Pampa hasta la Tierra del Fuego. Recuerdo aún, cuando de pequeño, me relataba sus “aventuras” como viajante de comercio que le llevaba en ocasiones, a dormir en una mesa de billar, porque en esa posada que era lo único que había en 300 km a la redonda, no contaba con habitaciones.
Sí estaba el llamado “almacén de ramos generales”, en el que podías adquirir de todo, desde tabaco a carne en lata.
En aquella epopeya personal de mi abuelo en la que iba creando poco a poco su negocio que convirtió en una empresa próspera y de referencia en la Capital Federal, Buenos Aires, cada vez que emprendía un nuevo viaje y llegaba a la Patagonia, él se decía a sí mismo que “aquí se respira futuro”.
En la Patagonia de hoy se puede seguir hablando de futuro, ya que como suele decirse coloquialmente “de muestra basta un botón”, toda la región patagónica es una de las reservas de agua dulce más importante del planeta. Y esto es esencial, habida cuenta de ríos contaminados en gran parte de Asia.
También hay que reconocer el mérito que desde el siglo XVI tienen los exploradores españoles que dan nombre a muchos lugares, correspondan a accidentes geográficos, ríos, o poblaciones que son hoy ciudades importantes de la región. No menos importante el importantísimo rol evangelizador que tuvieron los Salesianos españoles llegados a la Patagonia a mediados del siglo XIX.
España está por todas partes en la región, se puede sentir la historia e imaginar cómo sería esa odisea de Magallanes descubriendo el paso que uniría los océanos Pacífico y Atlántico, que él bautizó como “El estrecho Todos los Santos” y que finalmente paso a denominarse como “Estrecho de Magallanes” que lo descubrió en 1520 durante la expedición española a las Molucas.
La Patagonia es una reserva para toda la humanidad, como también lo es la Antártida.
Se respira distancia e historia, se huele paz y ciclo vital de la naturaleza. Se puede estar absolutamente abstraído de cualquier otra realidad, en ese preciso momento en el que estás paralizado observando un glaciar o un lago y las altas cumbres de los Andes por detrás. Porque la naturaleza, su poderío y belleza llega a paralizarte.
No sabemos cuidar nuestro hogar común que es ese gigante azul que se llama Tierra, en el que deberíamos ser más compasivos con todo aquello que trasciende la propia vida humana. No aprendemos, repetimos los errores una y otra vez, pero aún tenemos el consuelo de que hay regiones lejanas de las zonas de guerras y conflictos. Es un aliciente saber que “siempre nos quedará la Patagonia”.